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domingo, 9 de octubre de 2016

EMILIO DURKHEIM. Las Reglas del Método Sociológico. INTRODUCCIÓN y CAPITULO PRIMERO ¿QUÉ ES HECHO SOCIAL?

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Las Reglas del Método Sociológico


INTRODUCCIÓN

Hasta el presente, los sociólogos se han preocupado muy poco de caracterizar y definir el método que aplican al estudió de los hechos sociales. En las obras sociológicas de Spencer, el problema metodológica es desconocido; la Introducción, a la ciencia social, cuyo título hace concebir algunas ilusiones, está consagrada a demostrar las dificultades y la posibilidad de la sociología, no a la exposición de los procedimientos que debe emplear. Es verdad que Mil se preocupó mucho de esta cuestión, pero se limita a criticar lo dicho por Comte, sin añadir nada personal. Un capítulo del Cours de philosophie positive, es casi el único estudio original e importante que tenemos sobre esta materia.
    Este descuido aparente, no tiene, por otra parte, nada de sorprendente. En efecto, los grandes sociólogos cuyos nombres acabamos de recordar, apenas si hicieron algo más que escribir generalidades sobre la naturaleza de las sociedades. Las relaciones entre los reinos social y biológico, sobre la marcha general del progreso; hasta la voluminosa sociología de Spencer apenas si tiene otro objeto que el mostrar cómo la ley de la evolución universal se aplica a las sociedades. Y para tratar estas cuestiones filosóficas, no son necesarios procedimientos especiales y complejos. Se creía, pues, suficiente, pesar los méritos comparados de la deducción y de la inducción y hacer una encuesta sumaria sobre los recursos más generales de que dispone la investigación sociológica. Pero las precauciones que se tomarán en la observación de los hechos, la manera de plantear los principales problemas, el sentido en que deben orientare las investigaciones, las prácticas especiales cuyo empleo le permitirán llegar hasta el fin, las reglas que deben presidir la administración de la prueba, todo esto quedaba indeterminado.
Un feliz concurso de circunstancias, en cuyo primer término es justo colocar la iniciativa que ha creado en mi favor, en la Facultad ele Letras de Burdeos, un curso regular de sociología, me permitió consagrarme al estudio de la ciencia social, y
hasta hacer de ella el objeto de mis preocupaciones profesionales, haciendo posible que pudiéramos abandonar estas cuestiones demasiado generales y abordar un cierto número de problemas particulares. Por la fuerza misma de las cosas, pues, hemos sido llevados a constituirnos un método más definido - por lo menos así lo creemos -, más exactamente adaptado a la naturaleza particular de los fenómenos sociales. En este momento pretendemos exponer en su conjunto, y someter a discusión, los resultados de la aplicación de nuestras reglas e principios. Sin duda, están contenidos implícitamente en nuestro libro sobre La division du travail social. Pero nos pareció que tendría algún interés el separar- los y formularlos aparte, acompañados de sus pruebas e ilustrarlos con ejemplos sacados- ya de esta obra, ya de trabajos inéditos. De esta manera se podrá juzgar mejor sobre la orientación que quisiéramos imprimir a los estudios sociológicos.




CAPITULO PRIMERO
¿QUÉ ES HECHO SOCIAL?

Antes de indagar el método que conviene al estudio de los hechos sociales, es preciso saber a qué hechos se da este nombre.
La cuestión es tanto más necesaria cuanto que se emplea aquel calificativo sin mucha precisión; se le emplea corrientemente para designar a casi todos los fenómenos que ocurren en el interior de la sociedad, por poco que presenten. junto a una cierta generalidad. algún interés social. Pero, partiendo de esta base, apenas si podríamos encontrar ningún hecho humano que no pudiera ser calificado de social. Todo individuo bebe duerme, come, razona, y la sociedad tiene un gran interés en que estas funciones se cumplan regularmente. Si estos hechos fueran, pues, sociales; la sociología no tendría objeto propio, v su dominio se confundiría con el de la biología y el de la psicología.
Pero, en realidad, en toda sociedad existe un grupo determinado de fenómeno que se distinguen por caracteres bien definidos de los que estudian las demás ci1encias de la naturaleza.
Cuando yo cumplo mi deber de hermano, de esposo o de ciudadano, cuando ejecuto las obligaciones a que me comprometí, cumplo deberes definidos, con independencia de mí mismo .y de mis actos, en el derecho y en las costumbres. Aun en los casos en que están acordes con mis sentimientos propios, y sienta finte interiormente su realidad, ésta no deja de ser objetiva, pues no soy yo quien los ha inventado, sino que los recibí a través de la educación. ¡Cuántas veces ocurre que ignoramos el detalle de las obligaciones que nos incumben, y para conocerlas tenemos necesidad de consultar el código y sus intérpretes autorizados! De la misma manera, al nacer el creyente ha encontrado completamente formadas sus creencias y prácticas; si existían antes que él, es que tienen vida independiente. El sistema de signos de que me sirvo para expresar mi pensamiento, el sistema monetario que
uso para pagar mis deudas, loe instrumentos de crédito que utilizo en mis relaciones comerciales, las prácticas seguidas en mi profesión, etc., funcionan con independencia del empleo que hago de ellos. Tómense uno tras otro los miembros que integran la sociedad, y lo que precede podrá afirmarse de todos ellos. He aquí, pues, maneras de obrar, de pensar y de sentir, que presentan la importante propiedad de existir con independencia de las conciencias individuales.
Y estos tipos de conducta o de pensamiento no sólo son exteriores al individuo, sino que están dotados de una fuerza imperativa y coercitiva, por la erial se le imponen, quiera o no. Sin duda, cuando me conformo con ellos de buen grado, como esta coacción no existe o pesa poro, es inútil; pero no por esto deja de constituir un carácter intrínseco de estos hechos, y la prueba la tenemos en que se afirma. a partir del momento en que intentamos resistir. Si yo trato de violar las reglas del derecho, reaccionan contra mí, para impedir mi acto si todavía hay tiempo, o para anidarlo y restablecerlo en su forma normal si se ha realizado y es reparable, o para hacérmelo expiar si no puede ser reparado de otra manera. ¿Se trata de máximas Puramente morales?
La conciencia publica impide todo acto que la ofenda, por la vigilancia que ejerce sobre la conducta de los ciudadanos y las penas especiales de que dispone. En otros casos la coacción es menos violenta, pero existe.
Si yo no me someto a las convenciones del mundo, si al vestirme no tengo en cuenta las costumbres se seguidas en mi país y en mi , clase, la risa que provoco, el aislamiento en que se me tiene, producen, aunque de una manera más atenuada, los mismos efectos que una pena propiamente dicha. Además, no por ser la coacción indirecta, es menos eficaz. Yo no tengo obligación de hablar en francés con mis compatriotas, ni de emplear las monedas legales; pero me es imposible hacer otra cosa. Si intentara escapar a esta necesidad, mi tentativa fracasaría miserablemente. Industrial, nada me impide trabajar con procedimientos y método del siglo pasado; pero si lo hago me arruinaré irremediablemente.
Aun cuando pueda liberarme de estas reglas y violarlas con éxito, no lo haré sin lucha. Aun cuando pueda vencerlas definitivamente, siempre hacen sentir lo suficiente su fuerza coactiva por la resistencia que oponen. Ningún innovador, por feliz que haya sido en su empresa, puede vanagloriarse de no
haber encontrado obstáculos de este género.
He aquí, pues, un orden de hechos que presentan caracteres muy- especiales; consisten en maneras de obrar, de pensar y de sentir, exteriores al individuo, y están dotadas de un poder coactivo, por el cual se le imponen. Por consiguiente, no pueden confundirse con los fenómenos orgánicos, pues consisten en representaciones y en acciones; ni con los fenómenos psíquicos, que sólo tienen vida en la conciencia individual y por ella. Constituyen, pues, una especie nueva, a que se ha de dar y reservar la calificación de sociales. Esta calificación les conviene, pues no teniendo por sustracto al individuo, es evidente que no pueden tener otro que la sociedad, sea la sociedad política en su totalidad, sea algunos de los grupos parciales que contiene, confesiones religiosas, escuelas políticas, literarias, corporaciones profesionales, etc. Además, podemos afirmar que sólo conviene a ellos, pues la palabra social, sólo tiene un sentido definido a condición de designar únicamente fenómenos que corresponden a ninguna de las categorías de hechos constituídos y calificados. Constituyen, pues, el dominio propio de la sociología. Es verdad que la palabra coacción. con la cual los definimos, corre el riesgo de asustar a los partidarios entusiastas de un individualismo absoluto. Como éstos creen que el individuo es perfectamente autónomo, consideran que se disminuye su valor, cuando se intenta hacerlo depender de algo que no sea él mismo. Mas siendo hoy ya indudable que la mayoría de nuestras ideas y tendencias no son elaboradas por nosotros, sino que provienen del exterior, es evidente que sólo pueden penetrar en nosotros, por medio de la imposición: esto es cuanto significa nuestra definición. Además, es cosa sabida que toda coacción social no es necesaria- mente exclusiva de la personalidad individual.
Sin embargo, como los ejemplos que acabamos de citar (reglas jurídicas, morales, dogmas religiosos, sistemas financieros, cte.), consisten todos en creencias y en prácticas constituidas, de lo que antecede podría deducirse que el hecho social debe ir forzosamente acompañado de una organización definida. Pero existen otros hechos que, sin presentar estas formas cristalizadas, tienen las misma objetividad y el mismo ascendiente sobre el individuo. Nos referimos a lo que se ha llamado corrientes sociales. Por ejemplo, en una asamblea. los grandes movimientos de entusiasmo., de indignación, de piedad, que se producen, no se originan en ninguna conciencia particular. Vienen a cada uno de nosotros de afuera, y son capaces de arrastrarnos aun contra nuestro deseo. Sin duda, puede suceder que si me abandono a ellos sin reserva, no sienta la presión que ejercen sobre mí. Pero aparece desde el momento en que intente resistirlos. Trate un individuo de oponerse a una de estas manifestaciones colectivas, y los sentimientos que niega se vuelven en su contra. Ahora bien, si está fuerza de coerción externa se afirma con tal claridad en los casos de resistencia, es que existe, aunque inconsciente, en los casos contrarios. Entonces somos víctimas de una ilusión que nos hace creer que hemos elaborado por nosotros mismos lo que se nos impone desde afuera. Pero si la complacencia con que creemos esto desfigura el impulso sufrido; no lo suprime. El aire tampoco deja de ser pesado, porque no sintamos su peso. Aun cuando, por nuestra parte, hayamos colaborado a la emoción común., la impresión que sentimos es muy diferente de la que hubiéramos experimentado de estar solos. Una vez terminada la reunión, y cesado de obrar sobre nosotros aquellas influencias sociales, al encontraron solos con nosotros mismos, los sentimientos porque hemos pasado nos hacen el efecto de algo extraño en los cuales no nos reconocemos. Entonces comprendemos que los hemos sufrido mucho más de lo que en ellos hemos colaborado. Hasta pueden inspirarnos horror, por lo contrarios que son a nuestra naturaleza. Y de esta manera, individuos generalmente inofensivos, reunidos en manada, pueden dejarse arrastrar por actos de verdadera atrocidad. Ahora bien; cuanto hemos dicho de estas explosiones pasajeras, se aplica igualmente a esos movimientos de opinión, más duraderos. que se producen sin cesar a nuestro alrededor, ya en el conjunto de la sociedad, ya en círculos más limitados, referidos a materias religiosas, políticas, literarias, artísticas, etcétera.
De otra parte, para confirmar con una experiencia característica esta definición del hecho social, basta observar cómo son educados los niños. Cuando se miran los hechos tales como son y como siempre han sido, salta a los ojos que toda educación consiste en un esfuerzo continuo para imponer a los niños maneras de ver, ele sentir y de obrar, a las cuales no habrían llegado espontáneamente. Desde los primeros momentos de su vida les obligamos a comer, a beber, a dormir con regularidad, a la limpieza, al sosiego, a la obediencia; más tarde les forzamos para que tengan en cuenta a los demás, para que respeten los usos, conveniencias; les coaccionamos para que trabajen, etc., etc. Si con el tiempo dejan de sentir esta coacción, es que poco a poco origina hábitos y tendencias internas que la hacen inútil, pero que sólo la reemplazan porque derivan de ella. Es verdad quo, según Spencer, una educación racional debería reprobar tales procedimientos y dejar en completa libertad al niño; pero como esta teoría pedagógica no fue practicada por ningún pueblo conocido, sólo constituye un desiderátum personal, no un hecho que pueda oponerse a los hechos precedentes. Lo que hace a estos últimos particularmente instructivos, es el hecho de tener la educación precisamente por objeto el constituir al ser social; en ella se puede ver, como en resumen, la manera como en la historia se constituyó este ser. Esta presión de todos los momentos que sufre el niño es la presión misma del medio social que tiende a modelarlo a su imagen. y del cual los padres y los maestros no son sino los representantes y los intermediarios.
No es su generalidad lo que puede servirnos para caracterizar los fenómenos sociales. Un pensamiento que se encuentre en todas las conciencias particulares, un movimiento que repitan todos los individuos, no son, por esto, hechos sociales. Si para definirlos se contenta el sociólogo con este carácter, es que, equivocadamente, los confunde con lo que podríamos llamar sus encarnaciones individuales. Lo que los constituye son las creencias, las tendencias, las prácticas del grupo tomado colectivamente; en cuanto a las formas que revisten los estados colectivos al refractares en los individuos, son cosas de otra índole. Lo que demuestra categóricamente esta dualidad de naturaleza es que estos dos órdenes de hechos se presentan muchas veces disociados. En efecto, algunas de estas maneras de obrar y de pensar adquieren, por su repetición, una especie de consistencia que, por decirlo así, los precipita y los aísla de los hechos particulares que los reflejan. De esta manera afectan un cuerpo y una forma sensible que les es propio, y constituyen una realidad sui géneris muy distinta de los hechos individuales que las manifiestan. El hábito colectivo no existe sólo en estado de inmanencia en los actos sucesivos que determina, sino que por un privilegio sin par en el reino biológico. se expresa una vez para siempre en una fórmula que se repite de boca en boca, se transmite por la educación y hasta se fija por escrito. Tal es el origen de las reglas jurídica, morales. de los aforismos y dichos populares, de los artículos de fe, en donde las sectas religiosas y políticas condensan sus creencias, de los cólicos del gusto que erigen las escuelas literarias, cte. Ninguna de ellas se encuentra por completo en las aplicaciones que hacen las particulares, pues hasta pueden existir sin ser actualmente aplicadas.
Sin duda, esta disociación no se presenta siempre con la mima claridad. Pero hasta con que exista de una manera indiscutible en los importantes y numerosos casos que acabamos de recordar, para demostrar que el hecho social es distinto de sus repercusiones individuales. Además, aun criando no se presente inmediatamente a la observación, puédese ésta realizar mediante ciertos artificios de método; hasta es necesario proceder a esta operación si se quiere separar el hecho social de toda mescolanza. para observarlo en estado de pureza. Y de esta manera, existen ciertas corrientes de opinión que nos empujan con una desigual intensidad, según los tiempos y los países, una, por ejemplo, hacia el matrimonio, otra, al suicidio o a una natalidad más o menos fuerte. Y todo esto son evidentemente hechos sociales. A la primera impresión parecen inseparables de las formas que adquieren en los casos particulares; pero la estadística nos proporciona medios para aislarlos. En efecto; no sin exactitud están expresados por el tanto por ciento de nacimientos, de matrimonios, de suicidios, es decir, por el número que se obtiene dividiendo el total medio anual de los matrimonios, de los nacimientos, de las muertes voluntarias por los hombres en edad de casarse, de procrear, de suicidarse Y esto porque como cada una de estas cifras comprende todos los casos particulares indistintamente, las circunstancias individuales que pueden tener cierta influencia en la producción del fenómeno, se neutralizan mutuamente y, por consiguiente, no contribuyen a su determinación. Expresan un determinado estado del alma colectiva.
He aquí lo que son los fenómenos sociales una vez que se los ha desembarazado de todo elemento extraño. En cuanto a sus manifestaciones privadas, podemos afirmar que tiene algo de social, pues reproducen en parte un modelo colectivo; pero cada una de ellas depende también- y en mucho, de la constitución orgánico-psíquica del individuo, de las circunstancias particulares a que está sometido. Estas manifestaciones no son, pues, fenómenos propiamente sociológicos. Pertenecen a la vez a dos reinos, se las podría llamar socio-psíquicas. Interesan al sociólogo, sin constituir la materia inmediata de la sociología. Dentro del organismo se encuentran también fenómenos de naturaleza mixta que estudian las ciencias mixtas, como la química biológica. Pero, se dirá, un fenómeno sólo puede ser colectivo siempre que sea común a todos los miembros de la sociedad o, por lo menos a la mayoría de ellos, y, por consiguiente, si es general. Sin duda, pero si es general se debe a que es colectivo (es decir, más o menos obligatorio), bien lejos de ser colectivo porque es general. Es un estado del grupo cine se repite en les individuos porque se les impone. Existe en cada parte porque está en el todo, lejos de que esté en el todo porque está en las partes. Esto es especialmente evidente de esas creencias y de esas prácticas que las generaciones anteriores nos transmitieron completamente formadas; las recibimos y las adoptamos, porque siendo a la vez una obra colectiva y una obra secular. están investidas de una autoridad particular que la educación nos enseñó a reconocer y a respetar. Ahora bien; hay que notar que la inmensa mayoría de los fenómenos sociales nos llegan por este camino. Aun cuando el hecho social sea debido en parte a nuestra colaboración directa. No por esto cambia de naturaleza. Un sentimiento colectivo que se manifiesta en una asamblea, no expresa solamente lo que había de común entre todos los sentimientos individuales, sino que representa algo completamente distinto, como ya hemos demostrado. Es una resultante de la vida común, un producto de las acciones y reacciones que se desarrollaban entre las conciencias individuales; si resuena en cada una de ellas, es en virtud de la energía especial que debe precisamente a su origen colectivo. Si todos los corazones vibran al unísono, no es a consecuencia de una concordancia espontánea y preestablecida, sino porque una misma fuerza los mueve en el mismo sentido. Cada uno es arrastrado por todos.
Llegamos, pues, a representarnos de una manera precisa el dominio de la sociología. Este dominio comprende solamente un grupo determinado de fenómenos. Un hecho social se reconoce en el poder de coerción externa que ejerce o es susceptible de ejercer sobre los individuos; y la presencia de este poder se reconoce a su vez, ya por la existencia de alguna sanción determinada, ya por la resistencia que el hecho opone a toda empresa individual que tienda a hacerla violenta. Sin embargo, también se le puede definir por la difusión que presenta dentro del grupo con tal que, teniendo en cuenta las precedentes observaciones, se tenga cuidado de añadir, como segunda y esencial característica, que exista con independencia de las formas individuales que toman al difundirse. En algunos casos, este último criterio hasta es de una aplicación más sencilla que el anterior. En efecto; la coacción es fácil de comprobar cuando se traduce al exterior por alguna reacción directa de la sociedad, como sucede, por ejemplo, con el derecho, con la moral, con las creencias, con los usos y hasta con las modas. Pero cuando esta coacción es indirecta, como, por ejemplo, la que ejerce una organización económica, no se percibe siempre con la necesaria claridad. La generalidad, combinada con la objetividad, pueden entonces ser más fáciles de establecer. Pe otra parte, esta secunde definición no es más que la primera bajo una forma distinta; pires si una manera de obrar, que tiene vida fuera de las conciencias individuales se generaliza, sólo puede hacerlo imponiéndose.
 Sin embargo, se nos podría preguntar si es completa esta definición. En efecto; los hechos que nos han servido de base son todos maneras de hacer; son de orden fisiológico. Ahora bien, existen también maneras de ser colectivas; es decir, hechos sociales de orden anatómico o morfológico. La sociología no puede desinteresarse de lo que concierne al sustracto de la vida colectiva. Y sin embargo, el número y naturaleza de las partes elementales de que está compuesta la sociedad, la manera de estar dispuestas, el grado de coalescencia que alcanzaron, la distribución de la población por el territorio, el número y naturaleza de las vías de comunicación, la forma de las habitaciones, etcétera, no parecen, al primer examen, poder reducirse a maneras de obrar, de sentir o de pensar.
Pero estos diversos fenómenos presentan, desde luego, la misma característica que nos sirvió para definir a los demás. Estas mineras de ser se imponen al individuo de la misma suerte que las maneras de hacer de que hablamos. En efecto, cuando se quiere conocer cómo una sociedad está dividida políticamente, cómo están combinadas estas divisiones, la fusión más o menos completa que existe entre ellas, no se puede obtener ningún resultado mediante una inspección material o por inspecciones geográficas; y esto porque aquellas divisiones son morales, aun cuando tengan cierta base en la naturaleza física. Esta organización solamente puede estudiarse con el auxilio del derecho público, pues es este derecho el que la determina, de la misma manera que determina nuestras relaciones domésticas y cívicas. Ella es, pues, igualmente obligatoria. Si la población se aglomera en nuestras ciudades en lugar de distribuirse por el campo, es señal de que existe una corriente de opinión, un impulso colectivo, que impone a los individuos esta concentración. La libertad que tenemos para elegir nuestros vestidos, no es superior a la que tenemos para escoger la forma de nuestras casas; tan obligatoria es una cosa como la otra. Las vías de comunicación determinan de una manera imperiosa el sentido de las migraciones interiores y de los cambios, y hasta la intensidad de estos cambios y migraciones, etc., etc. Por consiguiente, a la lista de los fenómenos que hemos enumerado, como presentando el signo distintivo del hecho social, cuando mucho podríamos añadir otra categoría; pero como esta enumeración no podría ser rigurosamente exhaustiva, la adición no será indispensable.
Y ni siquiera sería útil, pues estas maneras de ser no son más que maneras de hacer consolidadas. La estructura de una sociedad no es más que la manera como los distintos sectores que la componen han tomado la costumbre de vivir entre sí. Si sus relaciones son tradicionalmente estrechas, los sectores tienden a confundirse; en el caso contrario, a distinguirse. El tipo de habitación que se nos impone, no es sino el resultado de cómo se han acostumbrado a construir las casas, quienes viven a nuestro alrededor, y. en parte, las generaciones anteriores. Las vías de comunicación no son más que el cauce que se ha abierto a sí misma - al marchar en el mismo sentido- la corriente regular de los cambios y de las migraciones, etc. Sin duda, si los fenómenos de orden morfológico fueran los únicos que presentasen esta fijeza, se podría creer que constituyen una especie aparte. Pero una regla jurídica es una coordinación tan permanente como un tipo de arquitectura, y, sin embargo, es un hecho fisiológico. Una simple máxima moral es, a buen seguro, más maleable, pero presenta formas más rígidas que una sencilla costumbre profesional o que una moda. Existe, pues, toda una gama de matices que, sin solución de continuidad, enlaza los hechos de estructura más caracterizada con estas corrientes libres de la vida social que todavía no se moldearon definitivamente. Entre ellas no existen más que diferencias en el grado de consolidación que presentan. Linos y otras no son otra cosa que la vida más o menos cristalizada. Sin duda, puede haber algún interés en reservar el nombre de morfológicos a los hechos sociales que se refieran al sustracto social, pero en este caso no se ha de perder de vista que son de la misma naturaleza que los demás. Nuestra definición entonces comprenderá todo lo definido, si decimos: Hecho social es toda manera de hacer, fijada o no, susceptible de ejercer sobre el individuo una coacción exterior; o bien: Que es general en el conjunto de una sociedad, conservando una existencia propia, independiente de sus manifestaciones individuales.